Ana Oramas es una niña pija tinerfeña (aunque ya tenga 60 años) que lleva toda su vida viviendo del erario público. Desde los 20 años, que entró como concejal en el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife presidido por Manuel Hermoso, uno de sus mentores. Ha estado (y sigue estando) en la política y en la vida pública mas tiempo que Franco. Concejal, diputada regional y nacional, viceconsejera autonómica y alcaldesa de La Laguna.
El otro delfín de Hermoso fue Miguel Zerolo, que llegaría a ser también alcalde de la capital tinerfeña, además de consejero regional de Turismo, parlamentario regional y finalmente senador para lograr la inmunidad parlamentaria tras su implicación en algunas ilegalidades que acabaron con su condena y encarcelamiento por el caso de Las Teresitas. Ana Oramas, tan valiente para tantas cosas, con el caso de Zerolo se quedó muda. Ella, que siempre denunciaba todos los casos de corrupción, se quedó sin palabras cuando llegó a la playa de las Teresitas.
A pesar de su escasa estatura (o a lo mejor por eso) es una política de brega que se crece cada vez que habla en la tribuna del Congreso de los Diputados, aunque el bedel de turno tuviera que colocarle una banqueta y bajar el micrófono a su altura.
Es una mujer brava que a nadie deja indiferente. Unos destacan su valentía, otros su personalidad, algunos la valoran por sus ideas y también hay quien no la entiende no solo por su acento canario si no porque hoy dice una cosa y mañana otra.
Su último episodio en las Cortes ha sido grotesco porque ha votado una cosa distinta a la que le encargó su partido, Coalición Canaria, cuya Ejecutiva Nacional le encomendó que se abstuviera. Es difícil conseguir que la ejecutiva de tu partido llegue a un acuerdo por unanimidad pero en este caso sus compañeros decidieron al unísono la abstención de su representante en el Congreso de los Diputados.
La doña, ni corta ni perezosa, se plantó en el Parlamento y dio un golpe frustrado como Tejero porque su negativa a la investidura de Pedro Sánchez no le valió para nada porque finalmente este salió proclamado por mayoría simple. Curiosamente su compañero de alianza electoral Pedro Quevedo, de Nueva Canarias, se decanto por el sí y apoyó la investidura de Sánchez cómo presidente del Gobierno de España.
Si ya es extraño que dos diputados nacionalistas canarios que fueron juntos a las elecciones votaran cosas distintas, es más chocante aún que uno de ellos vote lo contrario que la otra. Era más disimulable que Quevedo votara afirmativamente y que Doramas se abstuviera, pero lo que resulta raro de verdad es que uno vote sí mientras que la otra vota no. Este puede ser el principio de la ruptura de CC, de la que se puede beneficiar NC, sobre todos en las islas orientales menores. Puede que Tenerife se enroque y resucite el insularismo con ATI.
Ana Oramas se ha comportado de una forma poco democrática ya que ha materializado un voto personal al margen de lo acordado por su propio partido. Los políticos tienen que saber que cuando entran en la vida pública son personas que representan a su formación y a sus votantes, pero no a sí mismos. Eso habría tenido sentido si Oramas hubiera sido elegida en listas abiertas pero no es el caso. Si hoy es diputada es gracias a su partido y a sus votantes.
La pequeña diputada tinerfeña se ha empequeñecido y ha tirado por la borda su reputación porque después de tantos años en la vida pública al final la gente la va a conocer como una traidora al nacionalismo canario. Si hubiese querido votar en conciencia, lo tenía muy fácil: dimitir y renunciar a su escaño por estar en desacuerdo con el mandato de su partido. No estaba obligada a votar en contra de su conciencia pero sí tiene el deber moral de abandonar su cargo si no está de acuerdo con la decisión unánime de sus correligionarios. Así funciona la democracia.
Tuvo la oportunidad de pensárselo mejor porque sus propios compañeros le advirtieron de que se le abriría un expediente pero ella, como es tan ombliguista y megalómana, ha preferido salir por la puerta de servicio. Por eso y porque sabía que su falta grave solo le traería aparejada una multa de mil euros. Una forma muy poco elegante de decir adiós