Produce mucha vergüenza ajena ver a un rico elogiando al papa Francisco tras su muerte. Antes, durante su papado, era el mismísimo diablo para los millonarios, los ultras, el liberalismo económico capitalista y buena parte de la derecha conservadora tradicional que se autodenomina civilizada.
Por eso el papa Jorge eligió Francisco como nombre ecuménico. La Iglesia cree que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino de Dios, según la expresión bíblica. Los católicos, como creyentes natos, creen en casi todo. La fe consiste en eso, en creer incluso lo que no ha podido ser demostrado. Es la creencia vicaria que cree porque lo dice el jefe y no se puede rebatir.
Hasta los ultrafachas como Abascal, Milei, Trump o Ayuso, que hasta la semana pasada criticaban, descalificaban e insultaban al jefe de la Iglesia obscenamente tras su muerte, han reculado y elogiado falsamente la figura del papa Francisco.
El presidente argentino y el mandamás de Vox se han comportado como la derechita cobarde a la que tanto odian. Los machitos se han tragado su orgullo de testosterona y han rectificado parcialmente la opinión sobre el papa de manera pusilánime una vez muerto.
Francisco ya no es ni el hombre del maligno diablo en la Tierra ni el imbécil, como lo denominó su compatriota trastornado. Ni siquiera el ciudadano Bergoglio, como lo llamó Abascal para degradarlo y desacreditarlo. Son fachas, además de cobardes, valga la redundancia. Tenían posturas diametralmente opuestas sobre la justicia social, la lucha contra el cambio climático y la migración.
Pedro Sánchez ha alabado a Francisco precisamente por su política social y la defensa de los pobres mientras que Feijóo ha preferido resaltar como una virtud que el papa hablara español. Menos mal que no hablaba gallego porque si no tendría una excusa perfecta para elevarlo al altar. Esto es como si eres del Real Madrid y aplaudes a Messi por hablar español y no por su fútbol.
Los aduladores del papa Francisco, que son más papistas que él mismo, no se dan cuenta de que al exaltar exageradamente sus virtudes lo que realmente están indicando es que sus antecesores fueron unos pusilánimes incapaces de aplicar las enseñanzas evangélicas.
La revolución de Francisco se limitaba a ser coherente con el Evangelio. Cada elogio mayor a Francisco es una descalificación tácita de sus antecesores. El mérito de uno se convierte en demérito de los demás. La pregunta es obligada: si él lo ha hecho, ¿por qué no lo hicieron sus predecesores?
Lo que realmente hay que resolver es si el Evangelio es revolucionario o no. Ahora hay mucha discusión bizantina para dilucidar si Francisco fue un papa rojo o azul. La ultraderecha lo ha llegado a llamar comunista, por lo que se demuestra que no tiene ni pajolera idea de ideologías políticas ya que confunde a Karl con Groucho. Si el Papa era comunista, yo soy el obispo de Roma.
Lo fácil y recurrente para los fachas es descalificar al papa y a cualquiera con palabras mayores, sagradas, trascendentales o venerables como comunista. Evidentemente el papa no era un ultraderechista pero tampoco un comunista. Parece mentira que haya que aclarar algo tan obvio ante tanto ignorante. Los papas son conservadores por definición, aunque algunos tienen ciertos tics progresistas. No cabe duda.
Es difícil llamar progresista al jefe de la Iglesia Católica, una institución absolutamente machista que trata a la mitad de la humanidad de manera inhumana y peyorativa. Es imposible que sea progresista el mandamás de la Iglesia romana, católica y apostólica porque la discriminación sexista es justo lo contrario al progresismo.
Todo eso por no hablar de sus ideas sobre el matrimonio, la sexualidad, el aborto, el divorcio o la eutanasia. Todos los católicos, por muy cristianos de base que sean, desde la cabeza visible de la jerarquía al último meapilas, son dogmáticos y por lo tanto conservadores y no progresistas por antonomasia.
Otra cosa es su disposición para desarrollar el Evangelio en la sociedad y predicar con el ejemplo, apoyando a los pobres marginados frente a los ricos millonarios y los poderosos reaccionarios. Por eso, entre otras cosas, estaba enfrentado a Donald Trump y otros magnates metidos a políticos.
Es evidente que Francisco tenía características progresistas muy valoradas por la izquierda y que hasta a Pablo Iglesias le sedujo, pero también tenía rasgos conservadores que no casan bien con la progresía.
Desde luego no tenía nada que ver con Juan Pablo II, el polaco detractor del comunismo que él vivió en carne propia en su país y que además también era conservador en las cuestiones morales relacionadas con la vida sexual, familiar y personal.
Nunca he entendido por qué los curas son tan entrometidos en asuntos que no le conciernen. Ver a un cura hablando de familia, matrimonio o sexualidad es como contemplar a Ayuso hablando de ética, filosofía y moral. Están en las antípodas.
