Aznar hablaba catalán en la intimidad e incluso fuera de ella. Fraga, ministro franquista y fundador del Partido Popular, hablaba gallego (y mucho) en mitad de las queimadas cuando fue presidente de la Xunta de Galicia. Lo mismo que le pasaba al presidente honorario del PP le ocurre a su actual presidente ejecutivo, Alberto Núñez Feijóo, que durante sus largos mandatos como presidente de la Xunta de Galicia se hartó de hablar gallego en el Parlamento autonómico y fuera de él.
Esta semana el portavoz vasco del PP, Borja Semper, habló en euskera en el Parlamento, lo que causó un cisma en su partido. Al parecer es un pecado mortal que un vasco hable euskera, una de las lenguas cooficiales en España, según nuestra sacrosanta Constitución.
A la derecha española solo le gusta hablar los idiomas de España cuando le interesa. Aznar pasó de hablar catalán y de exaltar esa "gran y excelsa lengua de Cataluña" y pactar con Jordi Pujol y con Xavier Arzalluz, los tipos más duros del nacionalismo periférico español, a corear con sus Nuevas Generaciones aquel lema tan ridículo de "Pujol, enano, habla en castellano", solo parangorable con el otro eslogan aún más grotesco "Que te vote Txapote", que tanto usaron de nuevo las Nuevas Generaciones del PP y los mayores del partido, cabreando y mortificando doblemente a las víctimas del terrorismo de su propio partido. Los imbéciles siempre serán imbéciles, sean jóvenes o viejos.
El PP pactó con ETA en la etapa de Aznar (Movimiento de Liberación Nacional lo llamó el del bigote) y lo ha hecho recientemente con los separatistas catalanes y vascos para intentar amarrar los cuatro diputados que le faltan para obtener la mayoría absoluta que pueda investir al cada vez más noqueado Núñez Feijóo.
Los populares impopulares han sido tan indecentes e inmorales que, al tiempo que criticaban al PSOE por supuestas conversaciones con el partido de Puigdemont, ellos mismos intentaban denodadamente que Junts per Catalunya les apoyara en la investidura del gallego.
Se puede estar a favor o en contra de la traducción simultánea de las lenguas cooficiales de España pero lo que es censurable es tirar los pinganillos en el escaño del presidente del Gobierno, como han hecho los diputados de Vox, una panda de zoquetes sectarios, de una forma muy mal educada en el Congreso. Algunos aparatos cayeron al suelo y tuvieron que ser recogidos por los bedeles como si fueran los sirvientes de la ultraderecha española. A los diputados españoles no se les paga para que se ausente de las sesiones, por mucho que no les gusten los asuntos a tratar.
Al parecer solo la derecha puede rectificar impunemente. Si rectifica la izquierda le arman un pifiosto, a no ser que se trate de los octogenarios Felipe González y Alfonso Guerra o el cincuentón García Page. Solo la derecha tiene derecho a cambiar de opinión. Lo hizo Felipe González con la OTAN pero la derecha nunca se lo ha tenido en cuenta, aunque Fraga, para fastidiarlo, se abstuvo cuando estaba al frente de Alianza Popular. La derecha solo perdona a la izquierda cuando se derechiza.
La derecha está contra la amnistía de los independentistas catalanes aunque sí aprobaron la amnistía fiscal de Rajoy y Montoro, que libró a muchos ricos reaccionarios y ultras de pagar sus impuestos como Dios manda, parafraseando a don Mariano.
Si por la derecha fuera, colocarían la cabeza de Puigdemont en la pared de su chalet como el trofeo de un cervatillo o un oso pardo, según se mire. Lo que no sabe la derecha es que si esto sigue así el independentista catalán no solo tendrá los trofeos de Sánchez y Díaz sino también los de Feijóo y Abascal.
La derecha rió primero con las encuestas de Michavila, el hermano de aquel ministro de Justicia que tuvo Aznar, antes de las últimas elecciones pero tras su estrepitoso fracaso ahora puede ser víctima de la mofa de sus rivales. El que ríe el último ríe mejor. Eso dice el refranero español muy español y mucho español.