Este domingo tenemos el cuarto encuentro con las urnas en lo que va de año. Los gallegos, los vascos y los catalanes ya tuvieron la oportunidad de renovar a sus representantes en el ámbito autonómico. Ahora toca el turno de votar para elegir a nuestros representantes en el Parlamento Europeo.
A nadie se le escapa que cada una de esas convocatorias electorales evidencia un trasfondo en el que se divisa, con claridad, la pugna encarnizada entre socialistas y populares por hacerse con el Gobierno de España. Un objetivo mutuo por controlar la gobernabilidad del Estado sin freno ideológico, ético o estético.
En Galicia, la pugna cayó de parte del PP, que renovó una vez más su mayoría absoluta. Conviene tener en cuenta que hablamos de un tipo de desenlace que se ha ido encareciendo desde que el bipartidismo saltó por los aires, en el año 2015, de ahí el éxito de los populares gallegos.
Por el contrario, el Partido Socialista de aquella comunidad sufrió en dicha cita un duro revés, viendo cómo el BNG le superaba ampliamente como segunda fuerza política en el Parlamento. La buena noticia para los socialistas llegó en Euskadi, no tanto por el leve crecimiento obtenido en número de escaños, sino por servirle para renovar el acuerdo de gobierno mantenido con el PNV. Para Pedro Sánchez, el resultado en el País Vasco le ha garantizado la continuidad del apoyo de los peneuvistas en Madrid.
Más enrevesado resulta el análisis de las consecuencias que puedan tener, en Cataluña y en toda España, los magníficos resultados obtenidos por Salvador Illa en las elecciones del pasado 12 de mayo. Nunca una gran victoria electoral como la obtenida por los socialistas catalanes ha terminado por convertirse en serio problema para el partido ganador.
Desde que Pedro Sánchez alcanzó La Moncloa, mediante la moción de censura a Mariano Rajoy, tanto el partido de Puigdemont (Junts) como el de Junqueras (ERC) han sido aliados necesarios e imprescindibles para el mantenimiento de la coalición de gobierno entre socialistas y Podemos/Sumar en el ámbito estatal.
A día de hoy, todo apunta a que los independentistas de centro-derecha que lidera el prófugo expresident no formarán alianza con el PSC para investir a Illa. Truncada la posibilidad de que sean los socialistas quienes entreguen a Puigdemont la Presidencia de la Generalitat, por inoportunidad política, intentarán forzar la repetición electoral para seguir creciendo a costa de Esquerra. Esta última formación afronta las negociaciones con los socialistas catalanes en plena crisis interna, como consecuencia de sus malos resultados en los comicios recientes. El debate interno de cara a su próximo congreso, convocado para noviembre, está completamente abierto y la disyuntiva sobre sí facilitar el Govern al PSC o pasarse a la oposición no podrá resolverla hasta el último segundo. Un sector importante de la organización achaca el descalabro al colaboracionismo entreguista a los socialistas en Madrid. Si nadie lo remedia, todo camina hacia la referida repetición electoral en Cataluña.
Desde la noche del 12 de mayo, todas las miradas políticas están centradas en los movimientos estratégicos que puedan llevar a cabo los partidos independentistas catalanes, por la afección que pudiera tener en la estabilidad del Gobierno de Sánchez.
Transitoriamente, sólo por un par de semanas, las elecciones al Parlamento Europeo de este domingo les ha robado el protagonismo, que recuperarán de manera automática una vez se conozcan los resultados de esta nueva cita con las urnas y se lleve a cabo, apenas horas después, la composición de la Mesa del Parlament.
Por desgracia, en España hace tiempo que la composición de las mayorías de gobierno, tanto en el ámbito estatal como autonómico, dejaron de obedecer a criterios ideológicos, éticos o estéticos. Sólo interesa el poder por el poder. Por repugnante que pudiera parecernos, los medios para conseguirlo ya no importan.