La sociedad en términos generales, con especial incidencia en niños y jóvenes, se ve positiva o negativamente contaminada -o condicionada- por determinadas actitudes y comportamientos, por ejemplos y referentes que encuentran en sus entornos mas o menos directos. La familia, los profesores y las personas con notoriedad pública -en la cultura, la política, la ciencia o el deporte- son fuentes de las que se bebe con frecuencia.
Especial influencia tiene en nuestros niños y jóvenes la actitud y el ejemplo -bueno o malo- que proyectan sus ídolos deportivos. El deporte tiene hoy una extraordinaria penetración en cada uno de los hogares, a través de los medios de comunicación o de años a esta parte también de las redes sociales.
El deporte que más presencia tiene en los diferentes canales de información es el deporte rey por excelencia, el fútbol. Su penetracion social no deja de crecer. Cada vez más niños lucen la camiseta con el nombre de sus ídolos y lamentablemente demasiados días son testigos de algunos comportamientos poco ejemplares. Si preocupante es el mal ejemplo que muchos futbolistas proyectan desde la elite, peor aún el comportamiento de algunos padres, monitores y directivos en las categorías base. A pesar de ello, las actitudes poco ejemplarizantes son infinitamente menores que los valores que se proyectan desde el deporte.
La actividad deportiva transmite valores que prestigian la disciplina, el esfuerzo, la constancia, el afán de superación, el sacrificio o la generosidad; en definitiva, nos ayuda a ser y hacer mejores personas. Rafael Nadal es un ejemplo de referencia, un espejo mayúsculo. La gloria y la fama, en el caso del maraconense, no están reñidas con la humildad. Su actitud ante la victoria y ante la derrota, su alegría por el triunfo y su respeto al contrario lo han convertido en una inmejorable brújula para los más jóvenes.
Con el triunfo cosechado en París el pasado domingo Nadal llega a los quince Grand Slam en su palmarés, superando a una leyenda llamada Sampras. Puede presumir el de Manacor de haberlo ganado todo. Pero justamente una de las grandes cualidades del tenista es su modestia, que junto con su sencillez, su educación en la pista y fuera de ella y su respeto al rival lo han convertido no sólo en un deportista excepcional sino en un ciudadano imprescindible.
Su último triunfo en Roland Garros es la victoria de la constancia y del esfuerzo, de una gestión inteligente del día a día y de la entereza que hace falta para levantarse después de las caídas, sea por derrotas o lesiones. La trayectoria deportiva de Nadal es sencillamente deslumbrante. Pocos deportistas pueden exhibir un palmarés como el que él tiene. La gloria máxima la ha alcanzado con sus diez triunfos en Roland Garros; las victorias de los años 2008 y 2010 en Wimbledon; su doblete en 2010 y 2013 en el US Open o las medallas de oro olímpicas en Beijing y Rio de Janeiro.
Seguramente, otros deportistas han acumulado éxitos tanto o más sonoros que los conseguidos por el hombre que ha proyectado el nombre de Manacor a todo el mundo. Las condiciones físicas naturales y el talento para la práctica de alguna disciplina deportiva no son exclusivas de Nadal. Otros muchos ídolos deportivos han gozado y gozan de la gloria del éxito. Nadal no sólo ha llegado a lo más alto por sus portentosas condiciones físicas para ser un campeón. Lo que le sitúa ya -a pesar de sus sólo 31 años- como leyenda del deporte es su talante, su fortaleza mental, los valores que proyecta dentro y fuera de la pista.
Especialmente relevante ha sido su actitud en el largo período que sufrió el castigo de las lesiones, tiempo que algunos aprovecharon para darlo por acabado. Paciencia, humildad,sufrimiento, constancia, afán de superación, coraje, amor propio y fortaleza mental fueron algunos de los valores que le han permitido volver al éxito.
Los niños absorben como esponjas lo que proyectan las personas que son referencia para ellos. Nuestra sociedad, en general, está en una crisis de valores.Necesitamos muchos Nadales en el deporte, en la cultura, en la política, en los colegios y en la familia que proyecten el talante, la humildad y el afán de superación con los que Rafael Nadal ha encarado sus momentos más difíciles.
