“Mi no comprender”, era y es aquella frase de marras que repetían los turistas cuando un nativo le intentaba responder a su pregunta con un inglés de andar por los bares. O cuando se les pretendía explicar cosas de nuestra idiosincrasia española o canaria, a veces tan peculiares que más parecían “indiosioncrasia” a las entendederas de aquellos bárbaros del norte.
Quizás ya uno no avanza con los tiempos, cosas de la edad, a la velocidad que marca la progresía rampante y alienante que nos rodea. Pero he de reconocer que cada vez con más frecuencia hago mía aquella frase al ver las cosas que se ven y se leen en España y en el mundo. Y espero, por el bien de los nietos, que sea eso y no que cada vez se entiendan mejor las epatantes cosas que nos ofrecen los políticos y, valga la redundancia, los intelectuales que les hacen la ola sirviéndoles eslóganes mitineros o excusas liberticidas, que aunque sean hueros, los meten a trote y moche en las tertulias televisivas y en twits, que no en ensayos.
Si hace unos días la Academia noruega obsequiaba a Juan Manuel Santos con el Premio Nobel de la Paz, por su rendición preventiva ante las FARC y por sus esfuerzos para firmar una papela elaborada en La Habana bajo la tutela de los hermanos Castro (lo cual es una garantía de liberticidio y para la implantación de una dictadura comunista), ahora nos vuelven a sorprender otorgando a Bob Dylan el Premio Nobel de literatura.
En el primer caso, llueve sobre mojado, pues ya se lo habían otorgado a un terrorista como Yasir Arafat. Tambien a Barack Obana a los pocos días de haber tomado posesión del cargo de Presidente de los EEUU por lo que supuestamente haría. En lo de dar el premio de literatura a un cantante, como bien dice Luis Alberto de Cuenca, sería como otorgarle el Premio Nacional de Literatura al Dúo Dinámico, algo que también le parecería un “solemne disparate”. Y no porque estos cantantes no lo hagan muy bien con sus excelentes canciones, sino porque una cosa es literatura o poesía y otra bien distinta escribir una letra para una canción, que debe adaptarse a la música y al ritmo.
Mucho más desagradablemente asombroso e inexplicable, con criterios de racionalidad, es cuando la política sectaria colmata los organismos internacionales. Es el caso de la ONU y sus agencias, las más de las veces meras oficinas de colocación de políticos activos o cementerio de elefantes para entretenerse y generar rentas hasta el retiro definitivo. Eso cuando cuando no son un sumidero de fondos de los países donantes o contribuyentes.
No sé si la última, pero al menos la más sonada hazaña de la UNESCO ha sido la extravagante resolución aprobada por su Consejo Ejecutivo, afirmando “que el pueblo de Israel no tiene conexión con el Monte del Templo y el Muro de las Lamentaciones”. Como muy sensatamente comentó Netanyahu “obviamente ninguno de ellos ha leído la Biblia”. Además, enfatizó, decir eso sería como aprobar una resolución que afirmara “que China no tiene relación con la Gran Muralla o Egipto con las pirámides”. Por su parte Aleyet Shaked, ministra de Justicia de Israel, señaló que “la ONU está batiendo su propio récord de ignorancia y antisemitismo” por someterse a las políticas de países dictatoriales.
Lo lamentable, en lo que nuestro país se refiere, es que España se abstuvo en la votación, siendo por lo tanto cómplice de tamaño disparate. Tal vez nuestro representante había leído el acta del “muy hermoso” Ayuntamiento de Santa Cruz, aprobando que Colón no pasó por Gran Canaria. Pero eso, parafraseando a la ática de pro Pilar Parejo,“es sólo una ruindad”.