Reconozco, sin pizca de vergüenza, que oír a los políticos repetir las mismas cosas, la mayor parte conscientes de que están mintiendo, me aburre sin remedio. Aunque es verdad que unos más que otros. Proclaman hoy justo lo contrario a lo que afirmaban ayer. Algunos hasta han logrado perfeccionar ese arte oratorio, para poder decir algo y su contrario en la misma frase.
Tiempo ha era indignante, ahora ha calado el sentimiento de degradación y absoluta falta de nivel de los cabecillas. No sólo entre aquellos que algunos gustaban llamar casta, también en los que tal adjetivo “descalificativo” usaban profusamente, pero que ahora se han mimetizado con ella tanto que sólo se diferencian de los “clásicos” en los atuendos y despeinados que portan, salvo cuando han de ir a fastos tradicionalmente de mucha progrez, como los Premios Goya. Para los suyos, mucho respeto y formalidades. A los ciudadanos, monosprecio.
El candidato socialista del PSOE nos ilustra cada día con una lección extraída, dicen las lenguas de doble filo, muchas de ellas dentro de lo que va quedando de su partido, de aquel mítico “Libro gordo de Pedrete”, como rebautizó Pedro Ruiz en el año 1985 aquel espacio latinoamericano en el que el simpático ratoncillo se llamaba Petete.
La lección extraída por Pedro Sánchez de ese manual hace unos días, tal vez sorprendido ante la insólita e incongruente presencia de Miquel Iceta, primer secretario del PSC, en la manifestación en Barcelona contra los recursos del PP al Tribunal Constitucional, en un obvio desafío independentista, no fue otra que afirmar que si lograba ser presidente del Gobierno, “impedirá que se puedan presentar recursos ante el TC contra las leyes sociales autonómicas”. Cualquier dislate puede pasar por razonable si se añade el término “social”.
Nueva paletada de tierra sobre la fosa de Montesquieu, enterrado por otro socialista de pro, Alfonso Guerra, tras la victoria de Felipe González en el año 1982. Lo dicho por Sánchez es de una gravedad extrema y atenta contra los mínimos formales de un sistema político democrático. Debiera sorprender la casi nula reacción política ante tal pretensión, de anular nada menos que por ley, el ordenamiento y la seguridad jurídica que proporciona la Constitución Española como norma suprema, subordinándola a las decisiones de un parlamento autonómico. Si no hay una contundente reacción ha de ser porque los otros partidos comparten esa misma opinión. O quizás por pura cobardía de los que se hacen llamar líderes, en aras a salvaguardar su propia carrera política, poniéndola por encima de los intereses de los ciudadanos. Dos términos pueden definir esta situación, tomados en su sentido más peyorativo, partitocracia y secuestro de la democracia por anulación de uno de los tres poderes del estado. Se transita lo que Hayeck describió como el camino de servidumbre.
Sin contar la etapa en la que el PSOE gobernó con la dictadura de Primo de Rivera, cuando Felipe González ganó el poder en 1982 lo hizo con el eslogan ilusionante de “el cambio” como idea fuerza. Eso sí, dicho de forma indefinida para que cada uno imaginara lo que quería cambiar. Más tarde hablaron del “recambio”, más dosis de cambio, tras una etapa de corrupción generalizada sin precedentes. Aprovechando ahora la desmemoria de los mayores y la ignorancia inducida a los votantes más jóvenes, vuelven a usar aquel “por el cambio”.
Si pudiera, le recordaría a Pedro Sánchez y a sus estrategas, que El libro gordo de Pedrete acababa con Ana Obregón explicando que: “El libro gordo no enseña, el libro gordo está loco. Y yo le digo a su dueña. ¡que no te coman el coco!”. Pues eso mismo, Pedro Sánchez.