Es evidente y racional que las cosas y las personas cambien con el paso del tiempo y el devenir de los acontecimientos. Pero también sería insensato no reconocer la verdad que encierran los refranes “donde hubo fuego, quedan rescoldos”, o “agarrarse a un clavo ardiendo”. El primero recuerda el pasado sentimental o ideológico de las personas y el segundo se usa, como es sabido cuando alguien, en una situación apurada, recurre a una solución que tiene algún inconveniente.
Pues bien, ambos refranes son de aplicación al ahora asordinado por conveniencia Pedro Iglesias y al gritón, por desespero, Pedro Sánchez en sus eslóganes o píldoras sectarias mitineras. Iglesias reniega de su pasado comunista, del que tanto presumía en sus inconsistentes alocuciones en su televisión y en las tertulias montadas a su mayor lucimiento con periodistas y presentadores que le hacían la ola. Ahora. ¡vaya por San Marx!, es socialdemócrata y dice que lo del comunismo fue sólo un pecadillo de juventud, como aquello que aseguraban producía acné, y un fósil para ser estudiado por los muy concienciados profesores universitarios. Cosas del pasado, pero que él es de mucho progreso. Es evidente.
Y siguiendo con el otro refrán del clavo ardiendo, como entre pillos demagogos anda el juego, Pedro Sánchez dice que hay que tener mucho respeto por el comunismo y los comunistas. Olvida que esa ideología, a la que su partido renunció hace décadas, ha sido la responsable de más de cien millones de muertos en el mundo y, allá donde aún perduran esos paraísos comunistas, hay esclavitud garantizada por el estado. Así que respeto, lo que se dice respeto, hay que buscarlo en los cementerios.
Pedro Sánchez no habla apenas de la implicación de los podemitas con Venezuela e Irán, a pesar de que Iglesias le recordó lo de la cal viva y el pasado asesino de su partido. No hay que incomodar más de lo justo y necesario por si acaso. Por otro lado Iglesias y su gente insisten en que esos países son tierras lejanas, que ahora toca hablar de España. No obstante en sus prédicas sólo hablan del pasado de los demás, ocultando arteramente el propio.
Casi todos los partidos coinciden en la descripción de la enfermedad, en líneas generales. Pero, a mi entender, no es esa la cuestión que debiera ser objeto de discusión, sino las propuestas razonadas, razonables y económica o socialmente viables. Sánchez e Iglesias han leído, o se los han leído, que la ciencia política afirma que la gente normal y corriente suele votar más contra algo o alguien que a favor de de algo o alguien. Por esta razón centran sus diatribas en Rajoy, con afirmaciones muchas veces totalmente falsas y constatables, obviando asuntos de mayor calado que sí sería necesario confrontar en un debate político con más respeto a los ciudadanos. Tal ver por eso el número de indecisos no desciende.
Y hablando de desiertos remotos, hay dos que han entrado en el debate político. El de Siria y Jordania donde hay campos de hacinamiento palestinos, y el de Tinduf gobernado por el Frente Polisario en el Sahara. Resulta sorprendente que casi todos condenen el discutible origen del problema, las más de las veces falseado y mitificado, pero nadie parece preguntarse el por qué, habiendo recibido y recibiendo aún tal lluvia de millones de euros o dólares de los países donantes, esas gentes sean mantenidas por sus dirigentes en la más absoluta indigencia. Sus políticos se gastan el dinero en mantener su tren de vida en, eso sí, remotos y cómodos países. Alegan que luchan por la liberación de sus, ahora sí, famélicas legiones. Y los progresistas de la tierra, en vez de exigirles soluciones, ¡culpan a los demás de sus males!